jueves, 28 de abril de 2016

No. No estaré en la Feria del Libro

A toda la gente linda que me pregunta si estaré firmando ejemplares en la Feria del Libro les cuento que no , porque : 
a) los editores se olvidan de una después del lanzamiento, aunque sigan vendiendo tus libros 10 años después sin pagarte nunca los royalties que te deben 
b) porque mis editores no le ven la gracia de ocupar una silla con una autora que no sale en televisión
c) porque mis libros no tienen discursos que coincidan con el status quo de la felicidad instantánea como sopa quick ni de aceptar las reglas de un mundo misógino ....asi que requieren muchas enzimas cerebrales para asimilarlos y no se los venden a tontos ni a vagos 
d) porque no tienen la viveza colombiana de convidar a los asistentes con toneladas de comida deliciosa en la FIL Bogotá , donde hablé con auditorio lleno por gente que esperaba que repartieran los palitos de queso o atacar la fuente de chocolate y frutas ...mmmm... ¡feliz idea! 
e) porque no tienen la viveza chilena de presentarme en el CC Mapocho junto con comediantes y el director de la FIL Santiago a hablar de la importancia del humor y los terremotos ( sic) 
f) porque no tienen la viveza de juntarme con bloggers famosos como hicieron en la FIL Lima 
g) porque no tienen la viveza de juntarme con el genial humoista tapatío Trino en la Fil Guadalajara, que fue super generoso con Nani Mosquera y conmigo - Y ni que hablar del cierre con show de Los Lobos 
h) porque no tienen la viveza de armarme charlas extra-feria como la tuvieron los españoles llevandome por todo España de gira en tren de FNAc en FNAC con una agente embarazada que vomitaba en cada vagóny que por las nauseas se equivocab de tren ( menos mal que yo estaba atenta !) 
i) porque no tienen la inteligencia de meterme en la entrada de un shopping en Quito, rodeada de banderas con las tapas de mis libros y estantes repletos de mis libros anunciando por altoparlante que estiy espeando charlar con mis lectoras, que se sentaban a una mesita a que les dirme los jemplares y eles de una sesion de terapia personal a cada una 
j)porque la FIL Buenos Aires se trató siempre de " Ana , venite al stand de 13 a 17 del jueves" ( ni un alma! ) , darte una silla y un vaso de agua y sentarte a informarle a la gente que te ve al pedo cosas como dónde queda el baño , por donde está la salida , o donde firma Quino o Pilar Sordo . Conste que lo vi a Osvaldo Soriano hacer ese mismo papel en años pasados ...y por eso no me bajoneé . . 
Creo que un amante de los libros de verdad se va a Parque Rivadavia , Plaza Italia o a revolver librerias de viejo en Avenida de Mayo . La feria es una chantada , no nos ayuda a los autores , y si te parás en la puerta a la salida no ves gente saliendo con bolsas de libros recien comprados , de lo caros que estan. No hay ofertas . En la ultima feria adode fui convocada lo unico que se vendió bien fueron libros de Feng Shui, de Osho y las recetas con papa de la Hermana Bernarda , best seller del año . El año en el que el libro mas vendido de la feria fue el de mi ex jefe Ari Paluch, me di cuenta de que no es el lugar para promocionar libros piolas.
Igual me da pena que no me usen para vender mas mis libros. Pero tambien sé que la feria es mas caretaje snob que real amor a los libros . Una feria en serio hace talleres literarios comunales , analisis de textos , pasa pelis de novelas grossas... da talleres de como escribir bien, recitan poesia.... no se ... algo mas multimediatico y cultural y inclusivo ... no solo un mercado de editores moviendo cajas. Pasate porhttp://porqueescribimos.blogspot.com.ar que es un blog hecho con amor a la literatura - también esta en forma de libro enhttp://www.electrolibro.com/por-que-escribimos.php

jueves, 5 de marzo de 2015

¿Por qué escribimos?

Para entender. Para amar. Para que nos quieran. Para saber. Por necesidad. Por dinero. Por costumbre. Para vivir otras vidas y revivir la propia. Para dar testimonio. Cincuenta escritores tratan de contestar esta pregunta incómoda
Algunos llegaron a la literatura por vocación, por el placer de la lectura y para emular a los autores que admiraban. Ahora crean por necesidad vital, o simplemente lo hacen por dinero. Autores de renombre revelan los motivos por los que dedican sus vidas a la escritura.
En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Puede que no fuera tal, puede que antes del verbo existieran cielos, mares, noche, día, estrellas, firmamento. Pero si nadie sabía cómo nombrarlos, no eran nada, absolutamente nada. Así que al principio fue el verbo, como bien dejó escrito Juan. Y a ese verbo bíblico lo siguieron la épica de Homero, la intemperie y el poder de los dioses, el amor y la guerra que nos relata la Ilíada y, después, el delirio del Quijote, y luego, la soledad de Macondo.
Puede que después de episodios narrados como aquéllos no hiciera falta nada más. Pero a los clásicos, que montaron todos los cimientos del templo, siguieron más generaciones -"el eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición", de la que alerta Enrique Vila-Matas-, algunas nuevas preguntas para cada era, nuevos problemas y, por lo tanto, conceptos nuevos, palabras nuevas. Detrás de su registro se escondía un escritor. ¿Por qué?
¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para entender. Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad, por dinero. Para sobrevivir, porque no todo el mundo sabe bailar el tango, ni jugar bien al fútbol. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir la propia. Por dar testimonio, porque no se sabe escribir bien, confiesa John Banville. Porque leyeron, padecieron y miraron cara a cara a la muerte.
Porque el verbo provoca desasosiego en Nélida Piñón; porque no se elige, como un amor, añade Amélie Nothomb. Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka; por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki; como forma de existencia, según Elvira Lindo. "Una manera de vivir", dice Vargas Llosa, parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela. Igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, "a la necesaria muerte que me nombra cada día", testimonia Jorge Semprún.
La escritura es dolor y placer. Como el cuento, como la retórica aristotélica, se arma, se aprende. Principio y fin. Antes que nada vino el verbo, lo deja claro San Juan. También lo sabía Kafka. Pero el escritor checo pregunta: "¿Y al final?". Quizás silencio, como interpreta sobre su obra George Steiner, con buen tino, oliéndose el apocalipsis de la destrucción europea.
Como testimonio también se mete uno entre papeles. Se escribe por el mismo motivo por el que Ana Frank comenzó a organizar su diario. O por el que la poeta rusa Anna Ajmatova, cuando se pasó 17 meses en las filas de las cárceles de Leningrado para ver a su hijo, respondió a una mujer que la reconoció y le preguntó si podría describir aquello que sí, que lo haría. "Entonces -dice Anna en Réquiem -, una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro." Eso fue suficiente motivo. La emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia. Para que otros quizás lo aplicaran a su presente, para que no se repitiera.
Pero Anna Ajmatova confesó, además, que escribía por sentir un vínculo con el tiempo. También se lo hizo por amor, por miedo al amor, por desgarro. En honor a las musas, como Shakespeare, "ese goloso de las palabras", a juicio de Steiner, en sus sonetos: "Mi musa por educación se muerde la lengua y calla mientras se compilan/ elogios que te visten de oropeles/ y frases que las otras musas liman". Una pieza que termina con toda una declaración de intenciones y una respuesta al gran asunto de la escritura: "Si a otros por sus dichos los respetas/ a mí, por lo que pienso, que es mi letra".
Al principio fue el verbo. Pero Cervantes y Shakespeare lo enaltecieron, lo igualaron a la medida de Dios. Porque exploraron todos los delirios y las pasiones de sus criaturas. ¿Por qué escribir? Para emularlos, sin más. Podría ser. "Para parecerme a Espronceda", como suelta Caballero Bonald. Escribir porque se medita, como Descartes, como Chesterton, cuya obra nos envuelve en una paradoja sin fin. Para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. "Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí", dice Antonio Tabucchi. Por emular la infancia, cuando la niña Almudena Grandes enmendaba la plana a los finales que no le gustaban. Por volver a inventar historias de indios, vaqueros y pitufos, dice David Safier. Porque a la hora de hacerlo, "disfrutar es una palabra que se queda corta", confiesa Ken Follet.
Para fijar la memoria, una forma de "hacer surgir los recuerdos y las imágenes", cuenta Álvaro Pombo. Para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila, según Arturo Pérez-Reverte. Como vicio solitario, describe Héctor Abad Faciolince. Porque uno no se encuentra bien, asegura Juan José Millás. Por afición o por aflicción, dice Gonzalo Hidalgo Bayal. O porque le gustaban las redacciones en el colegio, como descubrió Antonio Muñoz Molina. Y hasta hoy.
La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor es quien domina la corriente, como hicieron Balzac, Dostoyevski, Dickens, Galdós, Clarín, Flaubert, Tolstoi, que siguió la estela épica de Homero como nadie. O el que va contra la corriente, como Marcel Proust, James Joyce, Valle-Inclán. Sin dudas, hay que enfrentarse a ello, como dice Josep Pla en su Diccionario de Literatura , "con temperamento". O con el empeño de conocerse, a la manera de Montaigne y los grandes memorialistas posteriores del siglo XVIII. Entre la verdad y la exageración, pero con talento, como Casanova.
El juego, la tortura de la palabra, también es lícito. Pero eso es más cometido de los poetas, como admitía Jaime Gil de Biedma. Para él, escribir era "erosionar el idioma en la forma en que el idioma lo admite". Es decir, maltratar el verbo, fustigarlo, estrangularlo. Pero para resucitarlo después, como el Evangelio. A lo largo de la historia, el escritor ha visto crecer Babel y ha contribuido a entenderla. Pero hubo también un tiempo, en el siglo XX, que lo aniquiló, que se arrojó al apocalipsis, con la Segunda Guerra Mundial. Disfrutemos en esta nueva era. Todos los motivos, todas las respuestas que se les ocurran a quienes deben contar nuestra historia son válidos.
Héctor Abad Faciolince
Porque mi cerebro se comunica mejor con mis manos que con la lengua. Porque me odio menos escribiendo que hablando. Por un ameno vicio solitario.
John Banville
Escribo porque no sé escribir. Un periodista le preguntó a Gore Vidal por qué había escrito Myra Breckinridge , a lo que contestó: "´Porque no estaba ahí"´. Fue una buena respuesta. Poner algo nuevo en el mundo es un privilegio que no se le concede a mucha gente.
Felipe Benítez Reyes
No sé por qué escribo, ni tampoco tengo demasiado interés en saberlo. En este caso, me preocupa más el cómo que el porqué. La pregunta me parece ociosa, de modo que cualquier respuesta posible no pasaría de ser una pirueta truculenta en el vacío. Aunque -quién sabe- a lo mejor escribe uno para eso: para obtener respuestas sin el requisito de una pregunta previa y, sobre todo, para ensayar piruetas truculentas en el vacío, que es un territorio literario bastante fértil.
John Boyne
Escribo porque las historias entran en mi mente y me niego a irme hasta que no escribo 26 letras en el teclado y las envío a una pantalla ante mis ojos. Escribo por Charles Dickens. Y por George Orwell. Y John Irving. Y Colm Tóibín. Escribo porque me encanta la sensación de tener un libro en mis manos y un libro en mi cabeza. Escribo porque me encantan las palabras. Escribo porque leo. Escribo porque siempre quiero saber qué ocurrirá a continuación.
José Manuel Caballero Bonald
Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda. Un día encontré en mi casa familiar una biografía del poeta y quedé fascinado por alguien que murió con 33 años y había vivido grandes aventuras: fundó una sociedad secreta, sufrió persecuciones y cárceles, anduvo exiliado en Lisboa y Londres, combatió en las barricadas de París, fue diputado, vivió amores difíciles, luchó heroicamente contra el absolutismo, etcétera. Pues bien: como yo no podía emular a Espronceda en tantas y tan singulares hazañas, elegí lo que me resultaba más factible: ejercer de insumiso y escribir poesía.
Andrea Camilleri
Escribo porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central. Escribo porque no sé hacer otra cosa. Escribo porque después puedo dedicar los libros a mis nietos. Escribo porque así me acuerdo de todas las personas a las que tanto he querido. Escribo porque me gusta contarme historias. Escribo porque me gusta contar historias. Escribo porque al final puedo tomarme mi cerveza. Escribo para devolver algo de todo lo que he leído.
Luisa Castro
La escritura para mí es una rendición. Escribo para conocer relatos que me cuento a mí misma. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto, es porque me han vencido.
Lucía Etxebarria
Para que me quieran más. Porque cada vez que alguien me dice: "Tus libros me han ayudado mucho, por favor sigue escribiendo", me da una razón para hacerlo. Porque al colocar a personajes en situaciones que simbólicamente pueden representar aspectos de mi vida y conseguir que salgan airosos de ellas, de alguna forma me salvo a mí. Porque siempre lo he hecho, porque es natural en mí, y porque es de las cosas que mejor hago, amén de dibujar, cocinar, hacer el amor y organizar fiestas. Escribo por amor, publico por dinero. Por esa razón, no publico ni la mitad de lo que escribo.
Umberto Eco
Porque me gusta.
Ken Follet
Disfruto escribiendo, pero "disfrutar" es una palabra que se queda corta. El acto de escribir me apasiona. Todo forma parte del reto de hechizar a mis lectores. Mi trabajo me absorbe de forma total.
Carlos Fuentes
¿Por qué respiro?
Almudena Grandes
Cuando era pequeña y leía un libro que me gustaba mucho, me inventaba a solas, para mí sola, otro final, la continuación que su autor no había querido escribir. Todavía ahora, cuando no puedo dormir, me cuento historias, las pienso, las repaso, las describo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que me quedo dormida.
Mark Haddon
Ficción, poesía, teatro, pintura, dibujo, fotografía... en realidad eso no importa. Un día que no consigo hacer alguna cosa, por pequeña que sea, me parece un día desperdiciado. A veces puede parecer una bendición ser así, saber con tanta certeza lo que quiero hacer, pero a menudo es un sufrimiento, porque saber lo que quieres no es lo mismo que saber cómo hacerlo. ¿Por qué escribo? La única respuesta es "porque no puedo hacer otra cosa".
Gonzalo Hidalgo Bayal
"Por afición, por aflicción", escribí alguna vez. Por afición, porque es inclinación, necesidad, perseverancia y distracción. Por aflicción, porque sólo el dolor y sus numerosas circunstancias proporcionan suficiente materia literaria. En la afición se centra la relación con el lenguaje, que es, cuanto más intensa, más grata y divertida. La aflicción obliga, en cambio, a la búsqueda del sentido, si es que algún sentido tienen las desventuras de los hombres.
Fernando Iwasaki
Escribo porque es el más poderoso acto libertario que conozco. Escribo porque el hechizo de la literatura es fulminante y a mí me hace ilusión ser aprendiz de aquellas magias. Escribo porque mis padres y mis hijos se alegran cada vez que alguien les cuenta que ha leído algo mío. Escribo porque contar historias es el oficio más antiguo del mundo. Escribo porque dedico todos los libros de ficción a mi mujer y así -mientras siga escribiendo- ella sabrá que la sigo queriendo.
Use Lahoz
Escribo para reflexionar y pensar y darle vueltas a la vida de personajes siempre más interesantes que la mía. Y disfrutar del placer de la ficción, que es adictivo y que, como la realidad, no tiene límites. Escribo por supuesto para combatir el aburrimiento y pasarlo en grande. Para un escritor vivir, fundamentalmente, es escribir. Escribo para estar en paz conmigo mismo, por aquello que decía Machado de "yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas". Escribo porque conmueve y perdura, cada novela es la primera. Además es bastante barato. En fin: escribo porque aprendo, y así, a veces, parece que sigo estudiando.
Donna Leon
Al principio escribía para ver si podía hacerlo. Resultó que escribir un libro era muy divertido. Y por eso ahora, después de 20 años y de 20 libros, lo hago porque es divertido. Los personajes hacen lo que les digo que hagan; la realidad se puede cambiar para adaptarla a mis necesidades; si alguien muere, lo puedo resucitar al día siguiente. Supongo que también hay un elemento de vanidad. En una cena, todos queremos que presten atención a nuestras ideas, ¿no es cierto? Pero los buenos modales mandan que compartamos la conversación con los demás. Pero en un libro, nuestro libro, nosotros los escritores podemos seguir -bla, bla, bla- sin parar, y nunca tenemos que interrumpirnos para dejar hablar a nadie más.
Elvira Lindo
Escribo desde los nueve años. Desde muy joven empezaron a pagarme en la radio por guiones, cuentos y sketches . A los 31 años comencé a escribir libros. Pensé que escribir era mi oficio hasta que me di cuenta de que se trataba de algo más. Es un oficio pero también una forma de vida. No sabría vivir sin escribir. Todo lo que hago al cabo del día, lo que veo y escucho, lo que me provoca asombro, alegría o desdicha es material para ser contado. Y esa actitud vital, la de formar parte de la comedia humana pero la de ser también espectadora de ella, ese estar fuera y dentro a la vez, me ayuda a asimilar la experiencia de una manera enriquecedora. Escribo todos los días. Cuando no escribo, me siento una inútil, así que he llegado a una conclusión radical: nunca podré dejarlo. No sé hacer otra cosa, no sabría vivir de otra manera.
Alberto Manguel
Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un monje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cineasta y hacer una película en blanco y negro, absolutamente realista, de Alicia en el País de las Maravillas , hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën , hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo.
Javier Marías
Escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar. También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado. También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar. Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia. Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real". Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso.
Luisgé Martín
Cuando escucho a algún escritor explicar las razones por las que escribe, pienso que yo también comparto esas razones. Todas. Me siento como un compendio, como uno de esos hipocondríacos que encuentran en sí mismos todos los síntomas de los que oyen hablar. Escribo como terapia psíquica, para ordenar el mundo y comprenderlo, para vivir vidas que no he podido vivir. Pero hace poco, leyendo el discurso de Pamuk en la Academia Sueca cuando recibió el Nobel, encontré una razón que nunca había escuchado así formulada y que me parece formidable: "Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo".
Luis Mateo Díez
Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa. Escribir no sólo me entretiene, también me apasiona y me hace sentir dueño de algo que se contrapone en mi existencia a una cierta inclinación de inutilidad. Los días en que me quedo satisfecho con lo que acabo de escribir tengo la convicción de no haber perdido el tiempo.
Eduardo Mendicutti
También a mí, como a Vargas Llosa, me dicen montones de veces que lo único que sé hacer es escribir. A lo mejor por eso acabarán dándome el Nobel. Para todo lo demás, estoy convencido, soy un desastre: para poner ladrillos, para cultivar tomates, para imponer el orden, para correr a pie o en bicicleta, aunque sea dopado, para condenar a delincuentes -con lo que a mí me gustan algunos delincuentes- sin que se me parta el corazón, o para defenderlos sin contagiarme... Cierto que, desde hace 30 años, soy bastante bueno como secretario general de una patronal de empresas consultoras, pero con algo tengo que redimirme. Claro que, según algún crítico y algunos colegas, puede que también para escribir sea una calamidad, pero de eso aún no he llegado a convencerme.
Eduardo Mendoza
Sinceramente, no lo sé. No es una respuesta bonita, pero es la que más se aproxima a la verdad.
Ricardo Menéndez Salmón
Escribo por insatisfacción. Si estuviera satisfecho, me limitaría a "vivir la vida", no a intentar comprenderla mediante la escritura. Claro que al intentar comprenderla, es decir, al escribirla, me doy cuenta de que en realidad la vida resulta incomprensible. Lo cual genera una nueva insatisfacción, la de comprobar que el intento por comprender la vida mediante la literatura lo único que ilumina es la imposibilidad de alcanzar esa comprensión. Pero entonces sucede algo curioso, y es que el hecho de descubrir esa imposibilidad me conmueve, admira e impulsa a escribir más y más.
Juan José Millás
Escribo por las mismas razones por las que leo: porque no me encuentro bien.
Rosa Montero
Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa de la duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo, soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen.
Luis Muñoz
Creo que puedo distinguir razones de tipo general y razones particulares. Entre las particulares: por darle forma a una emoción concreta, por hacerle un hogar de palabras a uno de esos pensamientos que uno cree que pueden ser salvadores, por ser vulnerable al contagio de otro poema que creo admirable y hacerme la ilusión de que puedo responderle, conversar con él o seguir alguno de sus hilos sueltos. Entre las generales, por querer sentir mi tiempo, el rabioso presente, en el lenguaje; por estar enamorado de la capacidad de las palabras para volver a decir la verdad, por el sentimiento de libertad que produce, por darles forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas...
Antonio Muñoz Molina
Creo que nunca he pensado mucho en por qué escribo, salvo cuando me han hecho esa pregunta y he tenido que improvisar una respuesta que sonara convincente. Escribo, sobre todo, porque me gusta mucho hacerlo, y me ha gustado casi desde que tengo recuerdos. Me gustaba inventar cuentos, escribirlos y dibujarlos cuando era niño. Me gustaba escribir redacciones en la escuela. Luego empecé a leer novelas de aventuras y me enteré de que todas ellas tenían un autor, que solía ser Julio Verne, y por primera vez me imaginé practicando ese oficio. Después me aficioné a leer poesía y por imitación me puse a escribir versos, siempre muy malos. Cuando tuve una máquina de escribir, se me iban las tardes improvisando lo que fuera, por el puro gusto de golpear las teclas: diarios, poemas, obras de teatro. Escribo por gusto y porque me gano la vida escribiendo. Algunas veces disfruto mucho y otras preferiría estar haciendo cualquier otra cosa. Pero en ocasiones en que me he puesto a escribir contra mi voluntad y casi a la fuerza he encontrado cosas que de otra manera no se me habrían ocurrido. También escribo por quitarme la mala conciencia de no haber escrito, o para tener el alivio de haberlo hecho. Me puedo imaginar no publicando, al menos durante largos períodos, pero no me imagino no escribiendo. En el fondo es un vicio, un hábito cotidiano, o una manera de estar en el mundo, como tener afición por la lectura o por la música.
Julia Navarro
Para mí, escribir es una oportunidad de vivir otras vidas, pero también de asumir compromisos, aunque a veces vayan envueltos con el papel del entretenimiento.
Andrés Neuman
Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque sólo así puedo pensar.
Amélie Nothomb
Me preguntan por qué elegí escribir. Yo no lo elegí. Es igual que enamorarse. Se sabe que no es una buena idea y uno no sabe cómo ha llegado ahí, pero al menos hay que intentarlo. Se le dedica toda la energía, todos los pensamientos, todo el tiempo. Escribir es un acto y al igual que el amor, es algo que se hace. Se desconoce su modo de empleo, así que se inventa porque necesariamente hay que encontrar un medio para hacerlo, un medio para conseguirlo.
Arturo Pérez-Reverte
Escribo porque hace 25 años que soy novelista profesional, y vivo de esto. Es mi trabajo. Igual que otros pasan en la oficina ocho horas diarias, yo las paso en mi biblioteca, rodeado de libros y cuadernos de notas, imaginando historias que expliquen el mundo como yo lo veo, y llevándolas al papel a golpe de tecla. Procuro hacerlo de la manera más disciplinada y eficaz posible. En cuanto a la materia que manejo, cada cual escribe con lo que es, supongo. Con lo que tiene en los ojos y la memoria. Muchas cosas no necesito inventarlas: me limito a recordar. Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento.
Nélida Piñón
Yo escribo porque el verbo provoca en mí desasosiego, afila los mil instrumentos de la vida. Y porque, para narrar, dependo de mi creencia en la mortalidad. Con la fe en que una historia bien contada me arrebate las lágrimas. Sobre todo cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas hirientes, sentimientos ambiguos, despojados de lógica. Escribo, en conclusión, para ganar un salvoconducto con el que deambular por el laberinto humano.
Álvaro Pombo
Pienso en el pequeño cementerio de Londres, a unos diez minutos a pie de Paddington Green, donde robé un perro feo, de cemento, del sepulcro de una dama ahí enterrada. Al venir a Madrid, abandoné ese perro a su suerte. Escribir esto, ¿es escribir, o no? Es, desde luego, un modo de hacer surgir los recuerdos y las imágenes distinto del modo normal: un modo prefabricado, que desea causar un efecto imborrable al menos en mi alma y luego en la de un lector o un millón, si es posible. Y también es un intento de expresar el ser, el Dios, en la claridad del ser-ahí que era yo en aquel entonces, al borde de la nada.
Benjamín Prado
Yo escribo para divertirme, para entretenerlos, para aprender, para enseñarles, para que sea cierto que "escribir es soñar y que otros lo recuerden al despertar", para que no me olviden, para que no nos callen y, en primer lugar, porque no podría no hacerlo.
Soledad Puértolas
Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores. Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo. La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto. Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo.
Santiago Roncagliolo
Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más, pero intentaré una respuesta más profunda: creo que la realidad no tiene ningún sentido. Las cosas pasan a tu alrededor de una manera errática, a menudo contradictoria, y un día te mueres. Las cosas en que creías dejan de ser ciertas de un momento a otro. En cambio, las novelas tienen un principio, un medio y un desenlace. Los personajes se dirigen hacia algún lugar, la gloria, la autodestrucción o la nada, y sus acciones tienen consecuencias en ese camino. Escribo historias para inventar algo que tenga sentido.
Fernando Royuela
Escribo para seducir, para subvertir, para sentirme vivo y muerto, para llorar, amar y maldecir. Escribo para no tener que aguantarme, para negar el mundo, para huir. Escribo porque me da la gana y me lo puedo permitir.
David Safier
¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba, inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos; luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco.
Jorge Semprún
Si lo supiera, tal vez no escribiría. Quiero decir, si lo supiera con certeza, si a cada momento pudiese proclamar taxativamente, sin vacilar, por qué escribo, y para qué, para quién o quiénes; si así fuera, tal vez no escribiría. O sea que escribo, en cierta medida, para encontrar respuestas al porqué. Escribir no es un acto reflejo, ni una función natural. No se escribe como se come o se ama. No se agota en el hecho de escribir el portentoso, o doloroso, o lo uno y lo otro, milagro de la escritura. No se agota, al escribir, el deseo inagotable de la escritura. Tal vez porque sea ésta la mejor forma de sobrevivir. ¿Por qué escribo? Tal vez para sobrevivir a la muerte, la necesaria muerte que me nombra cada día.
Wole Soyinka
Hace varios años, participé en esta misma experiencia con el periódico francés Libération . En aquella ocasión contesté: "Supongo que por el ser masoquista que llevo dentro de mí". Desde entonces, no he tenido ningún motivo para cambiar mi respuesta.
Antonio Tabucchi
Preferiría formular la pregunta así: ¿Por qué se escribe? Hace tiempo, cuando era joven, escuché a Samuel Beckett responder: "No me queda otra". Las respuestas posibles son todas plausibles pero con signo de interrogación. ¿Escribimos porque tememos a la muerte? ¿Porque tenemos miedo de vivir, porque tenemos nostalgia de la infancia, porque el tiempo pasado corrió deprisa o porque queremos detenerlo? ¿Escribimos porque a causa de la añoranza sentimos nostalgia, arrepentimiento? ¿Porque querríamos haber hecho una cosa y no la hicimos o porque no deberíamos haber hecho algo que hicimos? ¿Por qué estamos aquí y queremos estar allá y si estuviéramos allá nos hubiese resultado mejor quedarnos aquí? Como decía Baudelaire, la vida es un hospital donde cada enfermo quiere cambiar de cama. Uno piensa que se curaría más deprisa si estuviera al lado de la ventana y otro cree que estaría mejor junto a la calefacción.
Andrés Trapiello
Lo natural es hablar, incluso cantar, pero no escribir. Poner las palabras por escrito en un libro es, decía Unamuno, una "tragedia del alma", y acaso se escriba por miedo a quedarse uno a solas con su dolor, como si escribir fuese un remedio, y no un veneno. Así lo siento yo también.
Kirmen Uribe
En noviembre de 2007 tuve la suerte de asistir como escritor invitado a la clase de escritura creativa de Anthony MacCann, en el CalArts de Los Ángeles. Anthony me contó que los mejores de cada promoción son fichados por las grandes productoras para trabajar como guionistas de series de televisión. Se hacen ricos. Los "peores", por el contrario, se dedican a la poesía. A mí me encanta quedarme solo y escribir. "Un solitario impulso de delicia" me lleva a escribir, como decía Yeats en su poema "Un aviador irlandés prevé su muerte". Disfruto casi tanto como los "peores" de CalArts, que, tumbados en el césped del campus con un libro en las manos, levantaban la mirada para ver pasar las nubes. Yo, en la clase de Anthony, sería, sin duda, del grupo de los poetas.
Mario Vargas Llosa
Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura. En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima, la más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida. La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura.
Juan Gabriel Vásquez
Escribo porque me irrita y me entristece el desorden del mundo, y descubrí hace mucho tiempo que en la buena ficción el mundo tiene un orden o su desorden tiene un sentido. Escribo porque mi inteligencia es limitada y sólo soy capaz de entender lo que viene en palabras. Escribo, por lo tanto, porque no entiendo o porque ignoro: "escribe sobre lo que conoces" me parece el consejo más idiota del mundo, porque se escribe, precisamente, para conocer.
Manuel Vicent
Si esta pregunta se me hubiera formulado hace muchos años, cuando empecé a escribir, mi respuesta habría sido más romántica, más literaria, más estúpida. Probablemente habría contestado que escribía para crear un mundo a mi imagen, para poder leer el libro que no encontraba en mi biblioteca, para no suicidarme, para enamorar a una niña, para influir en la sociedad o tal vez cínicamente porque no servía para nada más, ni siquiera para arreglar un enchufe. Sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo, a estas alturas de la profesión creo que escribo porque es un trabajo que me gusta, que unas veces me sale bien y otras mal, pero en cualquier caso la literatura ya forma parte de un mismo impulso vital que me sirve para sentirme a gusto todavía en este mundo, sin que espere gran cosa de su resultado.
Enrique Vila-Matas
Ah, ya veo, vuelve la vieja y pérfida pregunta. Pero también podrían ustedes preguntarme por qué acabo de hacer un moño en mis zapatos, y por qué no me he contentado con un nudo que, para el caso, me habría servido igual. En algún tiempo remoto, un antepasado hizo el primer moño. Nosotros no somos más que sus imitadores, un eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición. De modo que a quien habría que preguntarle por qué escribo es a ese antepasado, preguntarle por qué quiso ir más allá del nudo.
Juan Eduardo Zúñiga
El jardincillo parece envejecido con los fríos de noviembre y el suelo está cubierto de las hojas caídas de una acacia. Dejo de mirarlo desde la ventana, estoy solo en el cuarto vacío donde tengo los juguetes y los cuentos, en las paredes sujetas con chinchetas hay dos láminas referentes a un país extranjero y extranjero es el autor de un libro que cojo, y me aprendo su nombre: Michel Zevaco. Leo el final del segundo capítulo: un hombre busca sin parar en un cofre lleno de joyas y no encuentra lo más importante para él. Me extraña esto ¿más valioso que joyas? Tengo al lado un cuaderno y lápiz, sin pensar escribo: "Él buscaba algo entre las joyas..." y sigo escribiendo, sigo así hasta hoy..
Por Jesús Ruiz MantillaEL PAIS - GDA

Perder un libro a medio leer

Dia de luto - Perdi un libro. Perdi un amigo, un compañero, un hermano, un consejero.No era tan bueno , pero era la voz que me acompañaba a todas partes en éstos últimos dos meses . Si, iba lenta  esa lectura porque no me sobra mucho tiempo para leer  y además soy  lectora compulsiva y leo cualquier cosa  escrita que me caiga en mis manos o ante mis ojos : twits , posts , revistas, volantes, diarios, cuadernos,   folletos, boletos,  papeles nuevos, papeles viejos, papeles ajenos , la web, carteles en al calle, revistas de golf, nautica  y de circulo de abogados en consultorios de dentistas,  envoltorios de galletitas ,  prospectos de remnedios, al etiqueta del acondicionador de pelo, los suplementos Campo y Rural que siempre  quedan en Mc Donalds y Starbucks  cuando el resto del diario desapareció y que no le interesan a nadie en este planeta, y lo mejor de todo : el papel de diario con que vienen  envueltos los huevos, que siempre  tiene cosas interesantes  ... todo en detrimento de terminar libros. Pero de este libro me faltaba un cuarto de páginas  y ya , casi casi, lo terminaba. Es un libro medio tonto, con ejemplos y parábolas gastadas, pero que hace bien.  De tanto llevarlo de acá pará allá estaba  sucio y ajado, como debe estar un libro bien leído. Y en alguna de las escalas de tantos trámites  se me cayó  o lo dejé . Y no hay nada peor que un "lectus interrumptus". Siento como que estaba teniendo una linda charla con un amigo cálido e interesante y que cuando estaba en la mitad del relato...¡ZAS! , se lo traga  la tierra  o lo abduce un ovni ...y yo ahí agitando los brazos al cielo, con los ojos  desorbitados, le grito :  "¿Pero  cómo sigue ? ¡Por favor! ¿CÓMO SIGUE?",  sin saber adónde fue,  hundiéndome sola en su silencio, mi cerebro hambreado con un relato sin final, que para mi cerebro es el horror mismo.No pienso comprarlo otra vez. Iré a una libreria a leerlo de parada  y en diagonal, para descubrir que no era ninguna maravilla, pero para demostrarme a mi misma que me lo leí todo y llegué al final, que es lo que importa. Bueno, un poco como la vida misma.   .

miércoles, 8 de enero de 2014

Nora Bär : Cuando el genio literario emerge del sufrimiento-La escritura desde la depresión

Cuando el genio literario emerge del sufrimiento

¿Dónde anida el genio literario? ¿Qué trama singular les da a algunos la posibilidad de descubrir mundos ocultos detrás del mero pragmatismo de la palabra?
A fines del siglo XIX, el controvertido médico y antropólogo italiano Cesare Lombroso, padre de la criminología, encontró una respuesta tentativa a esta pregunta. En Genio e follia (Genio y locura, Brigola, Milán, 1872 y 1882), planteó que el don artístico es una forma de desequilibrio mental. Para sustentar su hipótesis, se dedicó a coleccionar lo que llamó "arte psiquiátrico" (escritos, dibujos y pinturas realizados por pacientes encerrados en hospitales mentales) y vinculó la creatividad con la esquizofrenia, por el alto índice de pacientes que plasmaban su tormentosa existencia en una obra artística.
El insidioso vínculo que parece tenderse entre las mentes creativas y la enfermedad es un tópico que reaparece insistentemente cuando se trata de explicar esa cualidad inasible que poseen ciertas personas de ir más allá de la realidad aparente y ver fractales donde la mayoría de los demás apenas percibimos ángulos rectos. "El arte transforma en novedoso lo cotidiano, en original lo repetitivo y ordinario -dice el doctor Facundo Manes, presidente de la Fundación Ineco y director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro-. La obra de arte permite interpretar con nuevas claves lo conocido y construir nuevos sentidos colectivos. Y es el genio artístico el que tiene la capacidad de generar aquello extraordinario que la sociedad percibe y admira como maravilloso."
Aunque las neurociencias desmienten que sea imprescindible sufrir demencia o esquizofrenia para ser un genio creativo, explica Manes, mucho de lo que se sabe sobre creatividad y cerebro se conoce por personas que desarrollaron talentos artísticos luego de expresar una disfunción cerebral. "Kandinsky descubrió su problema neurológico, denominado sinestesia, durante un concierto de Wagner, en el que percibió que veía los colores de la música -cuenta-. Diversos estudios sugieren una asociación entre la enfermedad bipolar y la creatividad. Personas con afectación progresiva del lóbulo frontal pueden desarrollar talento creativo luego del comienzo de la enfermedad, más allá de no haber tenido una historia personal de producción artística previa. Una hipótesis es que luego del daño frontal, los sistemas de inhibición se liberan. Algunos proponen que la innovación surge cuando áreas del cerebro que generalmente no están conectadas logran comunicarse y coactivarse."
Desde el célebre Bobby Fisher hasta el malogrado pianista australiano David Helfgott (el de la película Claroscuro), Beethoven o el matemático ruso Grigori Perelman (que rehusó recibir la medalla Fields y un premio de un millón de dólares para vivir recluido en un modesto departamento junto a su madre), la historia de las grandes mentes sugiere que no se alcanzan las altas cumbres del pensamiento sin una dosis de sufrimiento y desequilibrio.
La literatura es un capítulo particularmente elocuente de cómo se entretejen las penurias y la creación. En Orwell's Cough (La tos de Orwell, Oneworld Publications, 2012), el médico infectólogo e investigador de la Universidad de Harvard, John Ross, argumenta que, en individuos dotados, períodos juveniles de infelicidad podrían impulsar logros literarios de dos maneras: aumentando el riesgo de desórdenes del ánimo, que se vinculan con la creatividad, y desarrollando la fantasía y la imaginación. "El genio literario emerge más frecuentemente del fracaso y la pena que del confort y la complacencia", dice Ross.
A la manera de un doctor House histórico, en su obra el especialista pone la lupa sobre una paleta de estrellas del panteón literario occidental, y sigue las huellas que dejaron en sus escritos y en sus biografías para reconstruir las dolencias que no sólo no detuvieron su trabajo creativo, sino que parecen haber contribuido a alimentarlo. Como afirma Faulkner en una de las entrevistas de The Paris Review reunidas en El oficio de escritor (Ediciones Era, 1968):
Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y suele estar demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.

LA LETRA DE SHAKESPEARE

Aunque a veces se cree que para llegar a ser un gran escritor se necesita una sólida educación formal y que la tranquilidad económica ampara la creación artística, muchos ejemplos indican lo contrario. Este escenario parece haberse cumplido en el caso de William Shakespeare, quienquiera que haya sido, que habría escrito gran parte de su producción abrumado por la enfermedad.
El único hecho médico que se conoce acerca del bardo inglés es que su letra se hizo temblorosa hacia el final de su vida y a partir de allí Ross hilvana sus hipótesis. La letra del poeta y dramaturgo empeoró gradualmente desde los 36 años, cuando escribió Hamlet, hasta su muerte, a los 52. Aparentemente, eso podría atribuirse al envenenamiento con mercurio, un indicador de que habría sufrido sífilis, enfermedad venérea que se había transformado en una verdadera plaga a fines del siglo XVI.
Se cree que la sífilis llegó a Europa con la tripulación de Colón. Estudios recientes respaldan esta tradición, ya que no se encontraron trazas de sífilis en varios miles de esqueletos europeos del siglo XV, pero hasta el catorce por ciento de los esqueletos de sitios precolombinos de la hoy República Dominicana tenían signos de daño óseo sifilítico.
"Las referencias a la sífilis en Shakespeare son más abundantes, intrusivas y clínicamente exactas que en sus contemporáneos", dice Ross. El tratamiento de rutina consistía, precisamente, en vapores de mercurio, que provocan temblor, gingivitis y una constelación de cambios de la personalidad. Casi un siglo más tarde, Newton tuvo un prolongado episodio de paranoia, insomnio y aislamiento social entre cuyas causas se menciona también un posible envenenamiento por mercurio (originado en sus estudios de la alquimia). Análisis de sus cabellos detectaron un contenido de 197 partes por millón, comparado con valores modernos de menos de 1,4 ppm.

LA CEGUERA DE BORGES Y DE MILTON

Perder la visión es una de las circunstancias más dolorosas que pueden sobrevenirle a cualquier persona, pero para un escritor es un obstáculo monumental. Sin embargo, después de la figura fundacional de Homero, dos obras insoslayables se deben a escritores ciegos. Uno de ellos es Borges, acosado toda su vida por graves problemas de visión, que culminaron en la ceguera total cuando tenía 55 años.
"La ceguera de Borges es hereditaria por línea paterna -cuenta su mujer, María Kodama, creadora y directora de la Fundación Internacional que lleva el nombre del escritor-. Su padre murió ciego y su abuela inglesa también. Él fue extremadamente miope desde muy chico y sabía que iba a quedar ciego. Entonces ejercitó su memoria para poder recordar en el futuro lo que pensaba que algún día sería incapaz de leer."
Según recuerda Kodama, en su juventud Borges tuvo varios desprendimientos de retina y también puede haber padecido glaucoma (inapropiado drenaje del humor acuoso, lo que aumenta la presión intraocular y daña el nervio óptico). "Es una observación mía -aclara-, pero quizás sus problemas estuvieran relacionados además con la diabetes, que sufrió de joven."
Cuando lo nombraron director de la Biblioteca Nacional, Borges escribió "El poema de los dones":
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños.
Según cuenta Kodama, la ceguera de Borges no era total, sino que él estaba en una penumbra, una luz azulada. Ése fue el último color que perdió.
Para seguir escribiendo, les dictó a su madre, a amigos y hasta a periodistas que iban a entrevistarlo. Tenía una memoria prodigiosa: "Me acuerdo de una de las primeras veces que me dijo que buscara una nota en un libro -cuenta Kodama-. Lo hojeo y, de pronto, veo algo que decía 'contradicción, ver en la página tal'. Entonces me dice que mire en la portadilla. ¡Era una anotación de cuando tenía 16 años!" Y sigue: "Nunca se quejó, nunca dijo '¿por qué a mí?' . Eso demuestra una entereza de carácter. Hay una foto que tengo en la sala de conferencias en la que Borges está con los ojos cerrados muy apretados. Era la imagen de cuando comenzaba la creación, la ceguera sola no le bastaba. Para mí esa foto tiene un significado muy fuerte. Era el momento de máxima concentración".
John Milton también quedó ciego en la mitad de su vida, pero se sobrepuso y escribió nada menos que El paraíso perdido. Ross conjetura en su libro:
Al parecer, Milton exhibía dificultades interpersonales que sugieren un grado de 'autismo de alto rendimiento' o síndrome de Asperger. La gente con ese trastorno tiene problemas en aspectos de la interacción social que son intuitivos para la mayoría de las personas. Pueden tener grandes capacidades intelectuales, pero el comportamiento común les es misterioso.
Milton comenzó a perder su visión del ojo izquierdo en 1644, a los 36 años, y cinco años más tarde perdería la del ojo derecho. Lo trataron haciéndole heridas cerca de los ojos que se mantuvieron abiertas para que "escaparan los malos humores". En 1652 se volvió totalmente ciego. Aunque no se sabe con precisión, se especula que se debió a enfermedades de la córnea, cataratas (opacificación del cristalino), glaucoma o desprendimiento de la retina causado por una miopía grave.
Pero además de la ceguera, Milton desarrolló fuertes cefaleas y dolorosos trastornos digestivos. También sufrió de artritis gotosa. Ambos cuadros sugieren envenenamiento con plomo, que afecta los riñones, produce aumento de ácido úrico y daña la red nerviosa intestinal. También causa anemia.
Por sus actividades políticas, los libros de Milton fueron quemados y él, encerrado en la Torre de Londres. Abandonado por sus hijas debido a los malos tratos que les dispensaba, para completar El Paraíso perdido debía dictarle entre 10 y 30 líneas diarias a alguno de sus muchos admiradores. Murió a los 65 años, probablemente de una arritmia cardíaca.

LA DEMENCIA DE FIJMAN Y DE SWIFT


 
Jonathan Swift sufría depresión desde la adolescencia. Foto: María Elina
Desde siempre, se cree que locura y creación tienen algo en común. Uno de los casos más sobrecogedores que ilustran la connivencia de literatura y psicosis es el del poeta Jacobo Fijman. Nacido en 1898, sus crisis empezaron en 1921. Se volvió místico y se convirtió al catolicismo. En 1942 lo internaron definitivamente por psicosis delirante hasta su muerte. En su notable Fijman, un poeta entre dos vidas, (Ediciones de la Flor, 1992), Juan Jacobo Bajarlía describe el viaje del escritor al fin de la noche:
La vida de Fijman fue una dispersión [...] donde la realidad no estaba en la cosa sino en la palabra. En ella residía su magnitud y su delirio [...]. Sólo fue coherente en su poesía, allí donde las tinieblas y la realidad dejan de combatirse.
Fijman murió en lo que es hoy el Hospital Borda, el 1° de diciembre de 1970. En la morgue, escribe Bajarlía, "tenía un cartel sujeto con un piolín a uno de los dedos del pie en el que se leía: 'Jacobo Fijman, 72 años, muerto de edema pulmonar'".
Jonathan Swift, el creador de Los viajes de Gulliver, novela cuyo protagonista enloquece por contemplar tan de cerca los defectos de la naturaleza humana, sufrió de depresión desde la adolescencia y en 1689 padeció el primer ataque de una extraña enfermedad que lo perseguiría el resto de su vida. Le causaba vértigo, tinnitus (percepción de sonidos que no provienen de ninguna causa externa) y pérdida de la audición. Probablemente, sufrió la enfermedad de Menière, un trastorno progresivo que daña el oído interno, y que le causó problemas de concentración y de memoria.
Además, también padecía trastorno obsesivo compulsivo. Era higiénico hasta un grado extraordinario para el siglo XVIII, "cuando se lavaba la ropa pero raramente el cuerpo -cuenta Ross-. Era puntual y de hábitos monótonos, hacía listas y contaba sus pasos cuando caminaba. Se ejercitaba obsesivamente y caminaba entre seis y dieciséis kilómetros por día. Vivía pendiente del reloj. En sus cenas, nadie podía hablar más de un minuto por vez, incluido él".
Los viajes de Gulliver se publicó en 1726 y tuvo un éxito inmediato. Swift pasó a ser famoso pero miserable. Deseaba la muerte. Sus biógrafos mencionan que padecía alucinaciones. Horrorizado por la senilidad, en una carta de 1735 a su amigo Alexander Pope le confiesa que su "memoria lo está abandonando rápidamente". Un año más tarde todas sus facultades habían decaído y sus pasiones estaban fueran de control, lo que lo convertía en "un tormento para sí mismo y para todos los que lo rodeaban".
Se hizo más grosero y maltrataba a las mujeres, signos característicos de demencia frontal o enfermedad de Pick. Pero a pesar de sus penurias físicas y mentales, su pico creativo fue tardío: gran parte de su obra se conoció después de que cumplió 50 años, incluyendo sus poemas escatológicos, lo que permite preguntarse si su originalidad fue un subproducto de la demencia.

LA TOS DE LAS HERMANAS BRONTË

Si hay una patología asociada con la literatura es la tuberculosis. "El mito de la tuberculosis ofrecía algo más que una explicación de la creatividad -escribe Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (Random House Mondadori, 2012)-. Daba un modelo importante de la vida bohemia, vivida con o sin la vocación artística."
Un artículo de la edición de marzo de 1964 de la revista para médicos MD, dedicado a Alejandro Dumas padre, confirma que la tisis era la enfermedad de moda. Tanto que éste, afirma el autor de la nota,
se vio obligado a contagiar a una de sus heroínas con el bacilo de Koch . Cuando la novela Amaury se publicaba por entregas, Dumas tuvo noticias de que la hija de un noble y el yerno de éste, ambos tuberculosos, esperaban ansiosos la publicación de los diferentes capítulos como si quisieran averiguar cuál sería su propio destino. Interrumpió la publicación de la obra y le envió a la romántica pareja un desenlace falso, pero feliz; sólo después de muertos los dos permitió que siguiera la serie.
También se cuenta que, cuando ambos la padecían, Keats consolaba a Shelley diciéndole que era "una enfermedad particularmente amiga de la gente que escribe versos". La sufrieron Bécquer, Kafka y Chejov, entre muchos otros. Pero las hermanas Brontë representan, sin duda, un caso especial. Charlotte, que escribió Jane Eyre; su hemana menor, Emily, autora de Cumbres borrascosas; así como sus dos hermanas mayores, María y Elizabeth, contrajeron la tuberculosis al igual que otras 36 alumnas de una clase de 53 chicas que estudiaban en la Clergy Daughter's School, donde dormían hacinadas y se levantaban a las cinco de la madrugada para tomar un desayuno lamentable y lavarse con agua congelada. María y Elizabeth murieron a los once y diez años, respectivamente. Charlotte y Emily seguirían ese camino varios años después.
Emily Brontë era una personalidad extraña. Sus biógrafos dicen que nunca mostró interés por un humano; todo su amor estuvo reservado a los animales y hay quienes atribuyen sus peculiaridades al síndrome de Asperger (son adictos al trabajo, tienen excelente memoria y retención de los detalles, frecuentemente poseen grandes habilidades verbales y pueden encontrar un aspecto terapéutico en la creación artística). Hacia fines de 1848, y después de meses de toses, debilidad y falta de aire, fue languideciendo cada vez más y murió en diciembre de 1848.
Charlotte, sumida en la depresión, se refugió en la escritura. Casada a los 38 años, a los seis meses se embarazó, desarrolló hiperemesis gravídica (náuseas y vómitos continuos, un trastorno que afecta al uno por ciento de las embarazadas) y fiebre, un cóctel que inclinó la balanza a favor de la malnutrición, la tuberculosis y, finalmente, la muerte.

LA BIPOLARIDAD DE HERMAN MELVILLE

Uno de los ocho hijos de un importador de bienes de lujo franceses, Herman Melville, parece haber heredado la vulnerabilidad al desorden bipolar de su padre que, tras huir de Manhattan por un quebranto comercial, cayó en el delirio. Según afirma Ross, su desorden habría impulsado la carrera literaria del creador de Moby Dick, pero también aceleró su caída.
A los doce años, Herman debió emplearse en un banco para sostener a su familia. Sin educación formal, pero voraz lector, se embarcó por primera vez cuando tenía 19 años, en enero de 1841. Después de viajar a ese Edén de los marinos que era la Polinesia, se transformó en escritor. Produjo toda su obra acosado por la bipolaridad, la depresión, el trastorno obsesivo compulsivo y los problemas con el alcohol. Existen indicios de que habría maltratado a su mujer y a sus hijos. En sus escritos abundan las referencias a la locura y a la depresión.
Pero dado que también sufrió ataques de dolor ocular y fotofobia, reumatismo y otros males, en su libro Ross sugiere que habría padecido una enfermedad autoimmune, espondilitis anquilosante, que conduce a la inflamación y endurecimiento de articulaciones vertebrales, sacroilíacas y de los ojos. Además, tuvo artritis en ambas manos, gota, y erisipela, una infección de la piel causada por estreptococos, que sin embargo no le impidió escribir la nouvelle Billy Budd. Murió a los 72, en 1891, aparentemente por fallas de una válvula cardíaca.

CERVANTES Y JACK LONDON

Para comprender cómo las incomodidades y la enfermedad pueden alumbrar obras maestras basta con pensar en el Quijote. Es sabido que Cervantes lo escribió en sus últimos años y en medio de todo tipo de sufrimientos. Aquejado de una sed constante, probablemente a causa de una diabetes avanzada, en esos días su organismo ya se encontraba en un estado calamitoso. Según se lee en el prólogo de las Novelas ejemplares, el escritor confiesa:
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y nariz corva, [...] los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y ésos mal acondicionados y peor puestos [...] es el rostro del autor de la Galatea y de Don Quijote [...]. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa.
Un caso no tan conocido es el de Jack London. A los 21, cuando se convirtió en escritor, ya había sido marinero, cazador de focas, boxeador y buscador de oro, entre otras actividades. La llamada de la selva lo catapultó a la fama y la riqueza. Fue el primer escritor en ganar un millón de dólares (aunque su madre lo había sacado de la escuela a los trece años para mandarlo a trabajar 14 horas por día a 10 centavos la hora.).
Durante sus viajes sufrió escorbuto y gonorrea. En las islas Solomon, una enfermedad provocada por la misma bacteria que la sífilis, pero transmitida por la picadura de insectos le causó sufrimientos horrorosos. También tuvo impresionantes inflamaciones en sus manos y uñas, tal vez a causa del envenenamiento por mercurio.
Luego, cuando viajó a México para informar sobre la revolución mexicana, cayó enfermo de disentería. Quiso combatirla con estricnina, belladona, heroína, opio y morfina. Pero a pesar de todo, produjo 49 libros en 19 años. Escribía 15 horas por día y raramente dormía más de cinco horas por noche. A los 40, tenía cálculos renales y la dentadura arruinada. El 22 de noviembre de 1916 su valet lo encontró azul. En el suelo, había una jeringa y dos viales de morfina.

LOS OJOS DE JOYCE

James fue uno de los diez hijos de Stanislaus Joyce. Iba a ser médico pero un desastre comercial de su padre le impidió graduarse. Sus trastornos de salud empezarían con los problemas venéreos, pero no terminarían allí.
Aunque fue un escritor disciplinado, que subordinaba todo a su trabajo (completó Dublinenses en 1907 y Retrato de un artista adolescente en 1914), al finalizar su primera obra tuvo un ataque de poliartritis e iritis, o inflamación del iris. Se sospecha que en realidad la enfermedad de Joyce fue una artritis reactiva, enfermedad autoinmune desencadenada por una infección genital o por diarrea ocasionada por ciertas bacterias. Terminaría perdiendo casi totalmente la visión debido a la inflamación, las operaciones y las complicaciones.
En 1917, mientras escribía Ulises, tuvo varios ataques de glaucoma y uno particularmente grave que obligó a su oftalmólogo a removerle parte del iris para aliviar la presión. En 1920, ya instalado en París, pasó cinco semanas en un cuarto oscuro y recibiendo gotas de cocaína como anestésico, lo que puede haber empeorado el cuadro y agravado su glaucoma. Entre septiembre de 1922 y junio de 1926 tuvo nueve operaciones oculares. Al cabo de las cirugías, casi no veía con el ojo izquierdo.
Durante la última década de su vida, la esquizofrenia de su hija, Lucía, lo precipitó en la depresión mientras padecía dolorosas úlceras pépticas y una peritonitis que resultó fatal.

LOS PULMONES DE ORWELL


 
George Orwell tuvo tos crónica desde chico. Foto: María Elina
Nacido como Eric Blair en la India, en 1903, George Orwell tuvo tos crónica desde chico y contrajo el dengue en Birmania. Sufrió la pobreza y trabajó como lavaplatos en París. Tenía episodios de tos todos los inviernos, sin embargo, los tests para detectar tuberculosis siempre arrojaban resultados negativos.
Mientras participaba en la guerra civil española, una bala de Mauser le atravesó el cuello. pero no lo mató. Luego de recuperarse, escribió Homenaje a Cataluña en cuatro meses, no obstante, en marzo de 1938 empezó a toser grandes cantidades de sangre. Estaba muy delgado y con sus pulmones en un estado lamentable. Lo internaron y lo sometieron a una batería de tests. Los análisis volvieron a arrojar resultados negativos. El diagnóstico fue bronquiectasia crónica del pulmón izquierdo, una complicación de neumonía o bronquitis mal curadas en la niñez, en una época en que no existían los antibióticos.
En un período de buena salud escribió Rebelión en la granja. Este libro y el posterior, 1984, le trajeron la fama, pero ya no podría disfrutarla. Después de la muerte de su mujer en una cirugía por tumores uterinos, y de quedar a cargo de un hijo recientemente adoptado, pasó los últimos 18 meses de su vida en la isla escocesa de Jura, sin electricidad ni agua caliente. Murió de tuberculosis en 1950, poco después de que 1984 se transformó en un éxito editorial.

LA EPILEPSIA DE DOSTOIEVSKI

Hubo muchos escritores que padecieron epilepsia -como Flaubert, Poe, Dickens y Agatha Christie- pero sin duda Dostoievski es el más famoso de todos. Hijo de un cirujano militar retirado, desde 1860 registró meticulosamente sus ataques en una libreta. Documentó 102 convulsiones "de todos tipos" en 20 años, con largas épocas en las que sufría un episodio cada tres semanas.
Son numerosos los estudios neurológicos que intentan develar de qué tipo era la epilepsia que aquejaba al escritor. En uno de ellos, publicado en la revista Seizure, se destaca que la enfermedad influyó en su escritura y su estilo. Christian Baumann, Vladimir Novikov, Marianne Regard y Adrian Siege explican:
Su lenguaje es nervioso, tenso e impulsivo. Sus frases son frecuentemente largas y complicadas, contienen una colorida aglomeración de palabras y expresiones, términos oficiales, periodísticos y científicos, palabras extranjeras, nombres y citas. [.] Muchos eventos de las novelas de Dostoievski comienzan súbitamente, sin preparación o explicación -como las convulsiones-. [.] Escribía de manera minuciosa, usando cada espacio vacío de la página. Mostró una tendencia hacia la escritura compulsiva y sus escritos a menudo estaban vinculados con problemas morales, éticos o religiosos, lo que podría reflejar cambios de comportamiento dscriptos en la epilepsia temporal.
No es difícil entender por qué el vínculo entre enfermedad y creación apasiona a los científicos. "Observar la incidencia de enfermedades en los procesos creativos nos permite modificar nuestros pareceres sobre las enfermedades, pero también sobre los procesos creativos -afirma Manes-. El interés en una tarea artística lleva a un alto estado de motivación que produce una atención sostenida, necesaria para mejorar el rendimiento en otros dominios cognitivos. La creatividad puede ser entrenada, pero también hay una carga genética que la predispone. En el estudio de la producción artística de personas con enfermedades mentales hay mucho para aprender sobre el cerebro, sobre las enfermedades en sí mismas y, por qué no, sobre la historia del arte y la cultura. Pero también, y de manera más inquietante, está la posibilidad de interpelarnos sobre la idea de lo normal, de lo establecido, de los prejuicios negativos que muchas veces surgen sobre aquello que se manifiesta como diferente en la sociedad. De esa diferencia, muchas veces, ha surgido la maravilla."

 
Julio Cortázar vivió una niñez enfermiza. Foto: María Elina
Las fórmulas creativas están siempre veladas por el misterio. El mausoleo de la posteridad lima muchas de las posibles interpretaciones, como en el caso del novelista y dramaturgo japonés Yukio Mishima, nacido en una familia de fortuna y con aspiraciones aristocráticas, que sufrió tuberculosis en su juventud para luego sumirse en un extraño culto del cuerpo, y delirios que lo llevaron a formar una milicia privada y a ejecutar un tenebroso suicidio ritual. O, entre los más cercanos, Alejandra Pizarnik, poeta de culto entre las nuevas generaciones de escritores, cuya turbulenta y desesperada voz poética la llevó a borrar los límites entre la literatura y la realidad, y terminar sucidándose a los 36 años con 50 pastillas de un barbitúrico, durante una salida de fin de semana del hospital psiquiátrico en el que estaba internada. O el de Julio Cortázar, al que un padre ausente y una niñez enfermiza convirtieron en lector y escritor precoz y, ya en París, a ser una estrella fulgurante del boom latinoamericano de los años sesenta.
Por supuesto, este breve catálogo no pretende agotar los innumerables recorridos que sigue la literatura. Como en todos los órdenes de la vida, hay escritores ricos y pobres, estudiosos e intuitivos, enfermizos y longevos. Faulkner lo explica sin vueltas:
El artista es responsable sólo ante su obra. [...] Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro.
Y más adelante agrega: "Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte"..