viernes, 27 de mayo de 2011

El mágico poder de la escritura

CULTURA Y TRADICIONES

El mágico poder de la escritura
Por Eva Belén Carro Carbajal

Desde hace siglos la escritura ha servido para que nos comuniquemos y para preservar la memoria de los pueblos, fijándola, frente a la cultura oral. Sumerios, egipcios y otras civilizaciones, como la china y la hindú, dejaron por escrito, bien en tablillas de arcilla y de cera, bien en rollos de papiro y en otros soportes materiales (piedra, madera, pergamino, papel, etc.), un riquísimo legado cultural que tiene como base la combinación de signos, caracteres y fonemas (sistemas cuneiforme e ideográfico) que permite, a su vez, la expresión elaborada de ideas, normas y pensamientos. Los orígenes de la evolución de la escritura se encuentran, no obstante, en el pueblo fenicio, que hábilmente creó un sistema alfabético sencillo para dejar constancia de la contabilidad y de sus transacciones comerciales por el Mediterráneo en el segundo milenio antes de Cristo.

Si bien la literatura se ha servido de la escritura para crear mundos mágicos, no menos «mágicos» resultan los usos que se les ha dado a algunos documentos literarios y textos escritos, tanto manuscritos como impresos, desde finales de la Edad Media. Mágico en el sentido de ‘protector’ o ‘taumatúrgico’, y del que dan buena cuenta, por ejemplo, los relicarios conservados para llevar en el pecho con la escritura de Teresa de Jesús, y que contienen (o, al menos, así se ha considerado) la firma manuscrita de la doctora de la Iglesia, breves fragmentos autógrafos de sus cartas conventuales o algunos versos de su obra poética. Estas reliquias fueron llevadas en vida por sus devotos junto al corazón con el propósito de que la santa de Ávila intercediera por ellos ante Dios y que así les fueran concedidas sus gracias.

Sin embargo, también se han encontrado testimonios de su utilización después de la muerte. De esto último hablan los documentos impresos hallados no hace mucho en un sepulcro segoviano de San Esteban de Cuéllar. La piadosa Isabel de Çuaço deseó ser enterrada en los inicios del Renacimiento abrazando su pequeño archivo particular, compuesto por indulgencias, bulas (incluida una bula de cruzada de 1484 en pergamino) y otros documentos y hojas impresas incunables y post-incunables, muy variados, que fue comprando y atesorando a lo largo de su vida para contribuir a la salvación del alma. Algunos son irrecuperables, pero el conjunto está conformado por cuarenta y siete documentos completos o fragmentos significativos, entre ellos la apócrifa y popularísima Oración de san León papa, en latín, que fue censurada duramente en los índices inquisitoriales de los siglos xvi y xvii y de la que apenas se conservan tres ejemplares impresos. En nuestros días puede parecer sorprendente, pero se trataba de una práctica natural en un tiempo en el que las creencias, incluso paganas, formaban parte del día a día (téngase en cuenta que en enterramientos medievales realizados «en sagrado» es frecuente la aparición de monedas en la mano del finado, como pago del viaje al más allá al sempiterno barquero).

El uso de otros amuletos en vida, como la Regla de san Benito, estampada en papel, en pequeño formato (doceavo) y normalmente encuadernada, que protegía contra el mal de ojo y la adversidad siempre que sus hojas no fueran abiertas ni leídas y se llevase sobre el cuerpo, muestra el infinito poder que la palabra escrita tuvo durante siglos, con independencia de su utilidad primigenia. Lo mismo le sucedía a los llamados evangelios (contenían, en realidad, el principio del Evangelio de san Juan y tres capítulos de los otros tres evangelistas), editados en formatos muy reducidos (dieciseisavo) y forrados en seda, que se solían colgar de la cintura de los niños junto a otras reliquias y dijes. Pedro Ciruelo, en su Reprobación de supersticiones y hechicerías (1538), se refiere a la extendida creencia y uso de librillos y nóminas que «no se han de abrir ni leer, porque luego pierden la virtud y no aprovechan». Libros chicos que resultan ser no libros, puesto que cumplen funciones (rituales) propias de un objeto destinado a no ser leído (Pedro M. Cátedra ha hablado en ocasiones de la «cosificación» de la escritura).

Oraciones, catecismos, salterios y libros del rosario mínimos se guardaban cerca del corazón practicando una magia de contacto. La escritura se convierte así en talismán: un útil elemento mágico, trasunto mediante el cual se logran los fines deseados y en el que la sugestión religiosa desarrolla un importante papel. Como sus orígenes míticos. A buen seguro que los fenicios, tratantes y viajeros por excelencia, nunca pensaron que llegarían tan lejos.

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